Nunca pretendí ser orfebre de la palabra.
La prosa y el verso pueden convivir juntos mientras no existan cuernos.
El poeta y el prosista están condenados a entenderse; los dos beben de lo que perciben y no de lo que conocen.
Todo sentimiento es percibir lo divino.
Tanto valen Cervantes como Lope de Vega: “Tanto
monta, monta tanto, Isabel como Fernando”… pero pretender ser “figura
literaria” de los salones y tertulias al uso, es pretender que bailen el
“twist” las cariátides del Partenón.
Podría pasar de figura literaria a simple figurita de mazapán. Premiaría antes al poeta que al pedante.
Los viejos escritores deben inuectarse de la
juventud actual y dejar los convencionalismos de adorarse el propio culo.
Al mendigo hay que darle “sopa de convento” y
al que mendiga fama y aplausos, la más rotunda indiferencia. ¡Que pase de
largo!.
Sé que a fuerza de escribir mucho, existe el
peligro de repetirse y se pudre lo mejor de la vida: la inocencia. Lo primero, trasciende al repetirse. Lo segundo
es una solemne “putada”.
¡Cuidemos la palabra y también la vergüenza!
Creo que fue D. Miguel de Unamuno quien dijo: “
La diferencia entre un imbécil a un poeta es que, el primero cree que al morir
le darán un homenaje, convirtiéndose así en “poeta”. El segundo en cambio solo
se cree un hombre, nada más y nada menos.”
D. Antonio Machado aseveraba que el hombre no
tiene otro valor que el de ser hombre.
¡Prudencia pues, queridos contertulios cuando
les corresponda adjetivarme!
GRACIAS.
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